P-.
¿Un nombre?
R-.
Federico, Fede, Quico…
P-.
Pues ya van tres ¿Y de apellidos?
R-.
Uno de mi padre y otros dos de mi madre, pero juntos, los mismos números.
P-.
¿Y cómo suenan, o no los apunto?
R-.
Pues sí, ¡cómo suenan!, y qué buen sabor de boca dejan cuando los pronuncia
uno. Pero mejor los dejamos en el anonimato, que si los lectores los leen seguro
que los dicen en voz alta simplemente por oírlos.
P-.
Dime un verbo, de sopetón, en menos de un segundo.
R-.
Déjame ver… un verbo… YO, ese mismo.
P-.
¿Desde cuándo YO, es decir, TÚ, es un verbo?
R-.
¿Acaso el verbo no se hizo hombre? pues no es nada raro que ahora yo como
hombre me revierta en verbo.
P-.
¿Y qué tiempo verbal eres? ¿O existes en más de una forma?
R-.
Pues mira, he sido pretérito y lo soy cuando navego en mis recuerdos, soy
presente, como en la gramática inglesa, presente continuo, igualmente también
soy futuro, incierto pero futuro, de ese que se oculta en un sueño y en una
mirada que se pierde contemplando el horizonte; aunque debería ser un poco
imperativo reflexivo, de esos de hay que tener más amor propio, de quererse más
a uno mismo.
P-.
Joder, pues para ser un verbo qué bien te describes o mejor dicho, ¿tendríamos
que decir que te escribes?
R-.
Hombre si es por escribir, se me da mejor escribir que describir, o eso creo, y
si es por escribirme en el día a día lo intento.
P-.
¿Eres renglón o eres verso?
R-.
Soy los dos, como soy de mi padre como de mi madre. ¿O es que un verso no es un
renglón? Es más estético pero más desordenado, aunque no siempre, en el verso
tienes la licencia de alterar el orden de una frase, mientras que si escribes
un renglón ha de ser más conexo con el resto de renglones, o eso o escribes
como habla Yoda, y yo por estatura como que no puedo ser ese personaje.
P-.
Por estatura no, está claro. ¿Y por verde? (risas de ambos yo)
R-.
Verde, verde, mejor en el pensamiento, que es bueno para poder escribirlo. Pero
hay que tener cuidado, no vaya a ser que hasta los pensamientos estén sometidos
a un ancestral heteropatriarcado impuesto en la sociedad y uno ya no pueda
pensar si una sonrisa es bonita o que unos vaqueros hacen un buen culo…
P-.
¿Temes a la muerte?
R-.
Joder, vaya cambio de dirección en la entrevista.
P-.
Perdona, me ha entrado un poco de Loco de la Colina en el ojo.
R-.
No te preocupes. No, no temo a la muerte, es más, creo que sería una gran
conversadora. Lo que da miedo es morir, pero no por ser parte de mi forma verbal,
mi futuro incierto, sino por esas miradas hacia el pasado y a los recuerdos,
que ya sería otra vez pretérito, en esta ocasión con la duda de si se es
imperfecto.
P-.
Lo mío habrá sido a lo Jesús Quintero, pero la bofetá que ha entrado a lo
Sánchez Dragó te ha dado de lleno.
R-.
Eso es bueno.
P-.
¿Tú crees?
R-.
Lo creo.
P-.
Ahora dirás que también lo has leído.
R-.
Sí, hace tiempo leí La prueba del laberinto, sólo recuerdo que me gustó.
P-.
También has recordado el título.
R-.
No, qué va, lo he buscado mientras todo esto se fragua en mi cabeza y lo escribimos.
P-.
¿Poesía o novela? ¿Novela o poesía?
R-.
¿Importa el orden? ¿De verdad hay que elegir?
P-.
Hombre, a algunos les importa, tanto que dicen que o escribes poesía o escribes
novela, cabe incluir ensayo, teatro o cualquier estilo, que no puedes ser poeta
y novelista.
R-.
(riéndose) ¿Aún te acuerdas de ese gilipollas que nos lo dijo?
P-.
Que si me acuerdo dices (riéndose los dos). Encima iba de enterao. Pero oye,
que yo soy el que pregunta.
R-.
Y yo el que responde. Dime. Ah, ya. Pues la mayor parte de mi vida he sido
poesía y hará tres años que decidí ser novela, más que nada fui un reto para mí
mismo, y a la vez fui un deleite para mis ojos y mis manos mientras escribía.
No creo que ahora pueda decidirme ni en un orden o ser y dejar de ser una parte
de mí.
P-.
Así que eres, novela y poesía, poesía y novela… reto y deleite…
R-.
Joder, que te he dicho que soy verbo, así que soy
P-.
¿Y qué tiempo verbal serías ahora?
R-.
El más soberbio, el egocéntrico pluscuamperfecto (riéndose).
P-.
Sé que hay una frase que marcó un antes y un después en tu mundo literario.
R-.
Qué bien lo sabes, fue cuando me empecé a escribir en mi primera novela, El
Sueño de Granada. Yo y el placer de escribir para uno mismo, esa es mi frase y
creo que muchos escritores pensarán igual.
P-.
Una curiosidad que seguramente querrán saber tus ávidos lectores…
R-.
Menos cachondeo, dime.
P-.
¿Por qué en los títulos de tus obras hay sustantivos comunes escritos en
mayúsculas, como un nombre personal?
R-.
Es simple, al menos para mí, es porque de cierta manera personifico la palabra
y como persona han de tener un nombre propio. En El Sueño de Granada o en La
Primavera en Julia tanto Primavera y
Sueño dejan de ser sustantivos vulgares y, para mí al menos, tienen un
significado superior o único. Bueno, son cosas de mi cabeza.
P-.
Oye, me gustaría seguir pero hay que hacer la cena y sé que tienes hambre.
R-.
Pues sí.
P-.
Ha sido un placer hacerme esta entrevista.
R-.
Lo sé, yo también he disfrutado haciéndomela.
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