Julieta y las libélulas
Julieta
es una niña pizpireta, a la que todo le llama la atención, y que no sabe
estarse quieta, lo mismo está corriendo bajo la lluvia o desordenando los
libros de la biblioteca, y preguntándoles a sus padres cómo se lee una palabra
o cuál es el nombre de una letra, ¿Y de ésta? ¿Y de éstaaaa?... para después
dibujarlas todas en su cuaderno, con muchos colores cada una de ellas,
empezando por la A ¿y acabando por?... Pues claro que sí, ¡por la Z!
Y
cuando acaba de dibujarlas todas, las guarda para enseñárselas a su maestra,
porque por las mañanas ella va a la escuela, donde tienen una pared forrada de
corcho llena de dibujos sujetos con chinchetas, entre ellos también los de
Julieta, y, de los de ella, el que más le gusta es el que hizo de un día de
primavera, que hasta su padre le hizo una foto de ese día, que muy bien que lo
recuerda. Fue el día, poco antes del verano, en el que Julieta conoció a su
nueva amiga, una libélula, pero no una libélula cualquiera, sino una muy
grande, casi como la mano de Julieta y para poderla conocer ese día se tuvo que
quedar muy quieta. Pero tanto, tanto que hasta sus padres se asombraron y se
quedaron con la boca abierta, viendo que no se movía mirando a su nueva amiga
posada sobre una flor que crecía en una maceta.
–
Hola, yo soy Julieta –le dijo muy bajito–, ¿Te gusta esta flor? Pues no te
preocupes que yo cada día le daré de beber con la regadera y aquí te esperaré
por si quieres jugar conmigo, que yo seré la bruja Pirula, bruja pero de las
buenas, y tú Lula, la libélula. Y juntas tendremos grandes aventuras y seremos
las mejores amigas y compañeras y…
–
Julieta, vamos a comer –la interrumpió su madre–, que la cena ya está en la
mesa.
Y a
la voz de su madre Lula, la libélula, se fue volando mientras su nueva amiga se
despedía de ella con la mano abierta.
Al
día siguiente, Lula, la libélula, en una rama con la brisa se mecía esperando
que llegase Julieta. Y allí se quedó hasta el medio día, cuando la vio correteando
por la acera, con un globo en la mano y saltando para no pisar las líneas de
las losetas.
–
¡Papá, ten cuidado con pisar las de color rojo –gritaba Julieta–, que son de
fuego, a ver si no te quemas! ¡Salta papá, salta! –le decía invitándole a jugar
con ella.
Lula
los veía llegar hasta la entrada del jardín preparada para darle una sorpresa,
pero ambos entraron en casa sin que Julieta se parase a buscar a la libélula. Y
en la rama se quedo desilusionada y llena de tristeza. Pero justo antes de irse
con muchas ganas de llorar vio a su nueva amiga salir de la casa portando su
regadera.
– ¡Lula, Lula! ¿Dónde estás
bonita libélula? Mira, ya traigo el agua para regar nuestra maceta. ¿Lula,
Lula? que soy yo, la bruja Pirula, tu amiga, la bruja buena ¿No quieres venir a
jugar conmigo? No he podido venir antes, es que estaba en la escuela.
–
Si quieres que la libélula vuelva –le dijo su madre– te vas a tener que estar
muy quieta, porque ella se asusta y a tu lado es muy pequeña, y tú te mueves mucho,
más que todo un panal de abejas. Y ahora tu amiga se va a tener que esperar,
que la comida se enfría y ya está puesta en la mesa.
Cuando
la niña entró por la puerta Lula empezó a volar hacia la maceta, se posó en la
flor y bebió unas gotas de agua fresca. Si vieseis la sonrisa de la libélula,
anda que más grande no podía ser, como la de un niño al quien le regalan una
gran piruleta, tan contenta que estaba porque tenía una nueva amiga, su amiga
Julieta.
Después
de comer Julieta volvió a abrir la puerta y tanto ruido hizo que asustó a la
libélula, tanto que el vuelo alzó de la flor y, alejándose de la maceta, a la
rama del árbol regresó.
–
¡Lula, Lula! ¿Dónde estás? Mira que cosa más rica te traigo, es una manzana,
jugosa y fresca. Mi madre dice que es de la variedad reinita. ¿Se dice así,
mamá?
–
No cielito, es reineta, una manzana reineta, una rica manzana para Lula y para Julieta.
Aunque no sé si la fruta le gustará a una libélula.
–
Pues creo que no lo vamos a poder saber, Lula ya no está en la maceta.
–
Será que la has asustado, que es que eres un torbellino, que las libélulas son
muy pequeñas. Anda, siéntate en el jardín a comerte la manzana y verás cómo tu
amiga se acerca. Pero no lo olvides…
–
Sí mamá, me estaré muy quieta, casi como una estatua, quieta, quieta,
quieeeetaaaa.
–
Pero ponte a la sombra, que ya es casi verano y este sol aprieta.
–
¿Y pronto podré jugar con Lula y mojarnos con la manguera?
–
Tú sí, pero esa es mucha agua, demasiada para una cosita tan pequeña.
–
¿Y si usamos el aspersor? Será como si lloviese, ¿No? Una lluvia veraniega.
–
Bueno, ya lo veremos, por ahora veremos si la libélula otra vez se acerca.
–
Mamá, que se llama Lula, y yo soy su mejor amiga, la bruja Pirula, y somos
compañeras de aventuras, y cuando lleguen las vacaciones volaremos juntas, y
nos bañaremos en la piscina, y montaremos en bicicleta, y…
–
Seguro que sí, mi vida, pero primero habrá que ver si Lula se acerca a jugar
con su amiga Piruja, ¿O era pirueta?
–
¡Mamá, que soy la bruja Pirula!
–
Lo sé, lo sé, mi niña. Lo decía en broma, no cojas una rabieta. Mira, allí
arriba, me ha parecido ver a Lula ¿O será otra libélula? Es que yo desde aquí
las veo a todas iguales ¿Tú qué piensas, Julieta?
–
Calla, calla, mamá, seguro que es ella. Voy a poner un trocito de manzana en mi
dedo y verás que es ella y se acerca.
Y
allí se quedó Julieta, pero que muy quieta, sentada en el césped del jardín,
con las rodillas dobladas y el brazo extendido apoyado sobre sus piernas,
mientras que sus padres la miraban sorprendidos por la ventana de la cocina,
viendo tanta paciencia, esperando más de una hora a que se posase en su dedo la
libélula, contemplando cómo se reía con cuidado para no asustarla y que volando
otra vez se fuera.
–
¿Sabes, Lula? Mi madre me ha contado una historieta, va de una niña que después
de decir una frase mágica se convertía en una persona muy pequeña, Pepita
Pulgarcita dice que era, así que yo, que soy la bruja Pirula, buscaré una
receta, una frase o un conjuro, o lo que sea, y me haré tan diminuta que a tu
espalda me podré subir y volaré contigo sobre el agua del estanque o entre las
hierbas de la pradera, ésa que hay detrás de casa y que cuando sopla el viento
parece que soplando las peina; y subiremos a lo alto del cielo, tan alto, tan
alto, que podremos tocar las estrellas. Pero sólo tocarlas, que no me llevaré
ninguna cuando regresemos a la tierra. ¿Qué, te gusta la idea? O si no podíamos
invitar a tus hermanas y hacer una carrera, que seguro que llegaríamos las
primeras. ¿Sabes? me estás haciendo cosquillitas en la punta del dedo, cuando
tus patitas se mueven sobre la yema. ¿Te gusta la manzana? A mí me encanta,
está tan jugosa y fresca.
Un
día, justo antes de las vacaciones, el papá de Julieta le trajo una sorpresa, era
una varilla muy larga que en la base tenía un muelle y, en la punta, llevaba
una estrella.
–
¿A que no sabes para qué es?
–
Claro que lo sé, es una varita mágica –le respondió con una mueca.
–
No, no –dijo su papá–, esa no es la respuesta.
–
Ya lo sé, es para que me suba a los árboles. Así, cojo carrerilla y…
–
Nooooo, tampoco es una pértiga.
–
Pues lo siento, papá, me rindo, no tengo ni idea.
–
Cariño, es una antena para que ponerla en tu bicicleta, así, cuando paseemos,
tu amiga Lula podrá ir en la estrella sujeta.
Qué
alegría se llevó, vaya sonrisa más grande la de Julieta, tanto, que al cuello
de su padre se lanzó para darle un gran abrazo entre besos y pedorretas.
–
¿Cuándo me la podrás instalar, papá? Que quiero pasear con mi amiga la libélula,
y con sus hermanas poder hacer carreras.
–
Confórmate con dar paseos con ellas, y nada de carreras, que aún tienes
ruedines en la bicicleta.
–
Pues me daré largos paseos con Lula y las demás libélulas –respondió Julieta
sonriente mientras pensaba, ya haremos muchas
carreras.
Tendríais
que ver la cara de sorpresa que puso Julieta cuando vio la antena instalada en
su bicicleta, con los ojos brillantes de la ilusión y con la boca muy abierta,
y mucho más cuando su padre le mostró cómo se iluminaba la estrella; que con
darle a un botoncito se encendía como una linterna, y si lo pulsabas otra vez,
iba cambiando de color… verde, naranja, azul... ¡incluso el magenta!
Qué
feliz iba Julieta subida a su bicicleta con su amiga Lula a la estrella sujeta,
sintiendo el viento en su cara y viendo volar a su alrededor a las otras
libélulas, mientras los vecinos del pueblo ven, asombrados, cómo juegan. A toda
velocidad va por las callejuelas, saludando y tocando el timbre de su
bicicleta, cuesta arriba o cuesta abajo, o dando vueltas por el parque o a la
fuente de la plazoleta, siempre con Lula en la antena y perseguida por las
libélulas. Por todo el pueblo se escuchan los grititos y risas de Julieta,
desde que comienza el día hasta que la noche llega; y cuando llega a casa, se
ducha, cena y, esperando que llegue el siguiente día, se duerme y sueña.
Qué
divertidas fueron las vacaciones de Julieta, todo el tiempo jugando con Lula y
con la bicicleta; o si no corriendo por el campo, con los brazos extendidos y
las manos abiertas, moviéndolos como si fuesen alas de libélulas, imaginando
que surcaba el cielo lanzándose en picado hasta rozar la tierra, esquivando los
tallos de las flores haciendo piruetas, o posándose cerca del riachuelo a beber
gotas de agua fresca.
Pero
las vacaciones se acabaron, más rápido que cuando llegan, y tocó el momento de
hacer las maletas, de despedirse de su amiga Lula, de lágrimas y rabietas; de
querer volver a ver a la libélula, “el año que viene, seguro”, con sinceras promesas.
Porque ya sabéis, las amigas siempre serán amigas, sin importar las distancias,
porque en el corazón siempre las tendrás cerca, aunque seáis distintas, tanto
como lo son una niña y su amiga, la libélula.
Y
así, con ese sentimiento se despidieron Lula y Julieta; una alejándose con sus
hermanas por la pradera, y la otra diciendo adiós desde la parte de atrás de la
furgoneta.
“Espero
verte el año que viene, querida amiga, en el mismo sitio, en la casa de las
libélulas”
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