Ir al contenido principal

Epístolas y Alpiste



Si la noche endulzara
todos mis recuerdos,
si la alegría guiara
todos los sueños.
Si mi mirada atravesara
todo lo imperfecto,
si la Luna reflejara
solo tu cuerpo.
Si el amor
controlara el tiempo,
si tu presencia
no fuese un momento.
Si mis brazos fuesen
cadenas de silencio
que sólo expresaran
mis sentimientos.
Sólo así mis labios
dirían TE QUIERO,
en intervalos,
entre beso y beso,
entre beso y beso.
Y mis manos, acariciándote,
florecieran de ti
hasta lo extremo,
que no fuera un recuerdo,
entre caricias y caricias,
entre beso y beso,
entre unos labios
ocupados en silencio.
Si la Luna reflejara
solo tu cuerpo,
toda la noche sería cielo.

Si la vida fuese
mi castillo de sueños.



En la noche, muro negro
que me encierra en su eternidad,
cierro los ojos
para llegar a ti.
Rompo esta jaula
que me tiene despierto
y vuelo a tu lado
en mi viaje de sueños.
En mi casa, noria
truncada de mi libertad,
me acuesto en la cama
encadenado en mi soledad.
Venzo estos barrotes
de fríos destellos
y vuelo, sí, y vuelo
eludiendo el ojo
que espía mis sueños.



Lazos de fuego
aferran mi cuello
y grito tu nombre,
y no puedo.
Lágrimas de lava
surcan mi cuerpo,
y te llamo y no puedo,
y grito con mi voz
de silencio.
Veo tus manos,
dardos de deseo
que me alcanzan
y se clavan
con su dulce veneno.
Me contagian y enloquezco,
destrozan mis entrañas
mientras grito
con mi voz de silencio.
Ya mi mente,
incluso estando despierto,
me repite tu nombre,
tu nombre eterno;
y grito con mi voz
de silencio
mientras lágrimas de lava
surcan mi cuerpo.



Puedes jugar con tu pelo
enjugando tus lágrimas,
pero los ojos te traicionarán.
Puedes esquivar mi mirada
volviendo tu cara,
pero tus suspiros te delatan.
Puedes buscar los sueños
perdidos en lontananza,
aquellos que los sentimientos
te arrebatan.
Pero nunca, nunca clavarás
tus mentiras como ciento de dagas.
Quieres cerrar esa puerta,
donde alguien te aguarda.
Quieres disimular ese corazón
que lentamente se inflama.
Quieres vivir en este mundo
siempre de espaldas
e ignorar a quien te llama.
Puedes vivir en una concha de nácar,
pero no puedes ignorar que hay alguien,
siempre alguien, que te ama.



La luna se terciaba
roja y sangrante.
Poco a poco menguaba tiñendo
el firmamento de grana.
Y todo fue absorbido por
un esperanzador horizonte.
La noche se consoló
con el brillo de mis lágrimas
y poco a poco se escondió
entre mis sábanas.
La noche desapareció
en su universo de nanas.
Aquí su dolor quedó
jugando con mi pena amarga.



Llegué a ti con el pecho desnudo,
entregándote mi corazón.
Lo aceptaste en tus
manos acariciándolo,
malditas caricias que fueron
clavando tus uñas en él.
Llegué a ti dando todo mi ser,
caricias, besos, suspiros, abrazos
que colman el vacío de mis entrañas.
Llegué a ti en plena sobriedad
para beber de tus risas,
gestos y ojos de soledad.
Llegué a ti postrándote todo,
todo lo que pude dar;
pero mi rebeldía está en mis ojos,
pozos amargos, que no quieren llorar.



Abrí los ojos al descubrir
que mi euforia se
trastocaba en angustia,
y volví a cerrarlos
para ignorar.
Apreté los dientes por no
hablarle al silencio
y consolarme en nada.
Oí la voz de mis sueños
llegando a mi corazón
medio muerto
y corrí en la noche
buscando un lucero.
Alcé mi mano
temblando de nervios
y sólo recibí
las caricias del viento.
Llegó un susurro
besándome el cuello.
Sentí tu aliento
precediendo tu cuerpo.
Recibí un abrazo,
tus labios en un beso.
Comprendí que el dolor
muere con el tiempo.



Hoy ni el sol
calienta el lecho vacío.
Hoy, ha preferido la soledad
y ha extendido su manto gris
de lágrimas y algodón.
Hoy mi soledad ha tornado
en tu recuerdo y mi pena
ha muerto en tu alegría.
Mi rostro se maquilla
con una leve sonrisa
al oír tu voz.
¡Qué mejor manera
de ocultar mi angustia!
Hoy el día te acompaña,
cubre tus ideas
con su cortina.
Hoy me recojo en tu alegría
y mi rostro se maquilla
con una leve sonrisa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El niño del río

El Niño del Río (El secreto del guardián del castillo)             De no hace mucho, de cuando yo era un crío, casi como tú, con mi sonrisa de niño, que fue cuando mi abuelo me contó esta historia al calor de un brasero lleno de cisco, mientras mi abuela majaba unos ajos para hacer gazpacho en un dornillo. Con su voz gitana, que lo recuerdo muy bien, me llamó y me dijo:             ‑ Niño, ¿tú sabes por qué dentro de la cueva no hace tanto frío?             ‑ Claro que lo sé, abuelo, por el carbón encendido, que nos mantiene calentito.             ‑ Qué va chiquillo. Mira, toca este muro alberizo, que la caló sale de él y en verano nos mantiene fresquito.             ‑ ¿Pero eso cómo va a ser, sin sudar en verano y en invierno calentito? Ay, abuelo que usted vive en el mundo al revés, que mi padre dice que aquí se nace pa sudar de sol a sol y que en invierno no hay ná que nos quite este frío.             ‑ Eso es porque tu padre construyó su casa al otro lado

Julieta y las libélulas

  Julieta y las libélulas               Julieta es una niña pizpireta, a la que todo le llama la atención, y que no sabe estarse quieta, lo mismo está corriendo bajo la lluvia o desordenando los libros de la biblioteca, y preguntándoles a sus padres cómo se lee una palabra o cuál es el nombre de una letra, ¿Y de ésta? ¿Y de éstaaaa?... para después dibujarlas todas en su cuaderno, con muchos colores cada una de ellas, empezando por la A ¿y acabando por?... Pues claro que sí, ¡por la Z!             Y cuando acaba de dibujarlas todas, las guarda para enseñárselas a su maestra, porque por las mañanas ella va a la escuela, donde tienen una pared forrada de corcho llena de dibujos sujetos con chinchetas, entre ellos también los de Julieta, y, de los de ella, el que más le gusta es el que hizo de un día de primavera, que hasta su padre le hizo una foto de ese día, que muy bien que lo recuerda. Fue el día, poco antes del verano, en el que Julieta conoció a su nueva amiga, una libélula,

La Primavera en Julia

Hola amigos, os presento el primer capítulo de mi segunda novela. Espero que sea de vuestro agrado. Julia                 Entre todas las personas que se mueven por la gran ciudad ignorando todo lo que les rodea, con sus pensamientos y quehaceres, dirigiéndose al trabajo en sus coches, en metro o andando, llevando a sus hijos al colegio, soportando los grandes atascos que se generan a primera hora de la mañana, o cuando regresan a sus hogares con la misma rutina, sin pensar, como ganado que vuelve a su redil, podemos observar a algunos elegidos que saben encontrar la sensibilidad en cualquier lugar.                 Una niña que observa el vuelo caprichoso de una bolsa en un remolino mientras va sentada en el asiento trasero de un coche, protegida de todo tras el cristal de su ventanilla, la mujer que llora sentada en un vagón del metro sobre las páginas del libro que la atrapa mientras lee, el artista que no necesita más que un cuaderno y la tinta de un bolígrafo azul par