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Locura intransitoria

Locura,
locura que emerge
con cada caricia tuya,
locura que habita
en un cruce de miradas nuestras,
locura que se alimenta
a dentelladas con los besos
que gritan en el alma,
locura que electrifica
las yemas de mis dedos
cuando se hunden bajo tu piel,
locura que se derrama
cuando una sonrisa me arrancas,
locura insana
que envidias ajenas desata,
locura, locura, locura,
intransitoria, irreflexiva, imperativa,
locura que en mi vida habitas,
locura que en mi corazón descansa,
locura que me regalas,
locura, tú, siempre mi locura.




Tenía en los pies diez minutos
y una eterna excusa en su sonrisa
que siempre convertía cualquier esquina
en un minutero que nunca avanzaba.
Tenía junto al pecho la piel tatuada
y sobre su corazón dormía una margarita,
que con los latidos lentamente se moría
y con cada golpe del reloj se deshojaba.
Tenía un no sé y un ya se verá en la mirada
y un desdén que al alma del enamorado irrita,
con la palabra tan afilada que hasta asesina
siempre lista en esa boca tan ansiada,
preparada para defender esos diez minutos
que en sus zapatos y de sus pies los decoraba,
sin importarle si esa esquina más que minutos
diese mil y una, amargas y muy lentas, horas.
Tenía unas manos que convertía en garras,
un oscuro quizás durmiendo en los ojos
y esa hermosa y gran sonrisa, tan dulce,
que sabía disimular una lengua viperina.
Tenía tanto malo como bueno,
todo lo que en ella yo deseaba,
un cuerpo que destilaba sexo,
unas uñas que erosionaban mi espalda,
un te quiero preparado en los labios
y una lengua repleta de caricias.
Tenía en los pies diez minutos,
los justos para que en esa esquina
con ese eterno minutero cincelara un te quiero
y construyera su castillo repleto de futuros.
Tenía en sus manos y en sus pies
todo el tiempo del mundo
guardados en esos diez minutos...




Te regalo estos versos,
donde mi lengua se desata,
donde confesaré mis sentimientos,
donde ninguna envidia los acalla.

Y para empezar te diré cuánto te quiero,
que tu sonrisa colma mi sed y mi calma,
que soy rey y mendigo de tus dulces besos
y dueño de tus caricias cuando arañas mi espalda.

Que a tu lado ni duermo ni sueño
al sentir tu cuerpo en mi cama,
que prefiero seguir despierto
esperando ver tus ojos abriéndose a la mañana.

Y te prometo que contigo seré ese loco eterno
que te busca en los pliegues de su almohada,
aspirando tu olor a mujer y a sexo
que quedará siempre tras nuestras batallas.

Ya nada más me importa sin quedarme quedo,
que este mudo tiene millones de palabras
y muchas más formas de decir cuánto te quiero
con mis versos, con mi voz, con mi corazón,
por siempre a pecho abierto y descubierto,
por siempre y con cada letra desde mi alma.




Con sus dedos ya amaestrados
en el arte de las caricias
el fumador juega con el papelillo
para liar tabaco y crear cenizas.
Acerca el velo de arroz a sus labios
rozando su piel con la saliva
encerrando en un cirio de papel
amistades y pensamientos de la vida.
Ya en sus dedos el juego ha cambiado,
con la tercera calada su cara se ilumina,
ahora va de mano en mano,
entre conversaciones y risas.
De seguro y de sus dedos amaestrados
jugará con un papelillo otra vez,
entre amigos, con el sol y con la brisa.




Tenía unas manos
que cuando ella lo sujetaba
y a la vez que acercaba sus labios
hacía que de nervios sudara
y también temblaba deseando
que en su boca él su destino hallara.

Y el pobre sólo recibía
el aliento de su boca deseada
a la vez que sentía
cómo su canción le regalaba
 y sus entrañas derretía.

Sentía el calor de sus manos
haciéndolo más erecto
deseando que más que metal
ser un miembro digno de sus besos.

Sentía las yemas de sus dedos
y cómo su amor encendía,
deseando ser juguete del sexo
necesitado del placer de sus caricias.

Sentía cómo sus cables inflamaba
al ver su lengua tan cerca y lasciva,
implorando ser un hombre
con ella delante y de rodillas.

Se sentía el ser mas dichoso del planeta
cuando ella de sus manos lo liberaba
para llevarlo al calor de sus tetas
mientras sobre el escenario bailaba.

Quería hacer tantas cosas con la diva,
mucho más que el micrófono que ella usaba,
que con la pasión de su voz le daba vida
y con su dedo en el interruptor lo mataba.

Y aunque sólo fuese el micrófono de la diva
él, en su muerte y en su vida, en secreto la amaba.


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