El
paraguas de lluvia
No hace mucho que Simone se instaló en
el pueblo. Al principio pensamos que solamente vendría de visita y que se
quedaría unos días en casa de su tía. Y menos mal que al final se quedó a vivir
entre nosotros, porque gracias a ella somos más felices de lo que podríamos
imaginar. Espera y te lo explico. A ver como empiezo…
Simone llegó un día de mayo, diría que
a finales del mes, creo que sí. Era una muchacha delgaducha, enjuta como antes
se solía decir, más alta de lo habitual, con el pelo rojo zanahoria recogido en
dos trenzas y con la piel muy blanca, se la veía a kilómetros y se notaba que
no era de estas tierras. Se protegía del sol con un sombrero de paja y, a
veces, con una sombrilla pequeña con rayas, igual que las de las playas, pero
del tamaño de un paraguas. El azul de sus ojos lo protegía con sus gafas de
sol, las cuales tenían forma de dos soles, uno por cada cristal. Llegó con su
mochila a la espalda, pantalón corto, botas de montaña y calcetines con rayas
de colores que le llegaban hasta las rodillas. En definitiva, toda ella era una
turista, una guiri de los pies a la cabeza.
Tenía una sonrisa muy amplia, con las
mejillas sonrojadas por el sol y por el camino que tuvo que recorrer desde la
parada del autobús hasta la aldea. Paró a refrescarse en la fuente y se puso a
preguntar a los vecinos por la dirección que llevaba escrita en un papel.
Preguntaba más que nada con gestos, ya que sus conocimientos del idioma no iban
más allá de pronunciar un hola, gracias, buenos días y poco más. Buscaba la
casa de su tía, aunque de siempre aquí la hemos llamado la casa de la bruja,
pero no por su tía, que si hay que decirlo era un poco rara, sino porque dicen
que allí vivió una bruja, aunque creo que esa historia era más para asustar a los
niños que otra cosa.
Realmente la tía de Simone, que se
llama Helga, es una señora simpática y amable, sí, con sus rarezas, pero quién
no las tiene. Helga siempre está sonriendo, siempre saluda a todos alegremente
y siempre está dedicada a sus inventos y esculturas de madera con motivos
vikingos. Incluso cuando los niños le llaman bruja, por vivir en esa casa,
responde bromeando agitando la escoba y diciendo conjuros inventados en su
lengua materna acompañándolos con unos raros movimientos de sus manos, cosa que
provoca las carreras de los niños entre risas y gritos agudos propios del
timbre de la edad. Helga, además, es una señora muy culta y estudiada,
conocedora de diversas disciplinas, incluso algunos rumorean que antes de venir
a vivir entre nosotros fue meteoróloga, pero no de las que salen al final de
los noticiarios de la tele, sino de las de laboratorio.
— Bruja, bruja, haz que nieve —le
gritan los niños cada año cuando el invierno asoma.
Helga los mira con cara de loca y de
broma, mira al cielo y mueve las manos, coge una esfera de nieve, de esas que
se agitan y dentro se ve nevar sobre un pueblecito, y la mueve y la mueve sin
parar, hasta que se sienta fingiéndose agotada y les dice cuándo nevará. Y
desde que vive con nosotros no se ha equivocado jamás.
Simone es una chica muy estudiosa,
casi igual que su tía Helga a su edad, y, como a su tía, también gusta de hacer
sus inventos o reparar cualquier cachivache que encuentra roto, aunque no
siempre quede bien o vuelva a funcionar como hacía antes de averiarse. A
diferencia de su tía ella pretende reparar las cosas, mientras que Helga los
transforma en otras cosas más estéticas y decorativas. Muchas veces se les oía
discutir porque Simone le quitaba sus cosas y la dejaba sin material para sus
proyectos; otras veces, las que más se las veía juntas paseando por el pueblo
recogiendo cosas viejas y rotas, charlando ambas, entre risas, decidiendo qué
podrían hacer con esas cosas.
Aún recuerdo ese día en el que
discutieron por un paraguas, Simone quería restaurarlo, y Helga prefería usar
las varillas para hacer una de sus esculturas móviles, de esas que el viento
las mueve con una simple brisa y empiezan a danzar suspendidas de algún lugar
de la casa. Al final fue Simone quien consiguió quedárselo y, automáticamente,
empezó a desmontarlo con sumo cuidado. Primero retiró la tela, que, a pesar de
estar muy sucia, seguía en buen estado. Después fue desmontando pieza a pieza
todos sus engranajes y partes, dejándolas clasificadas en el mismo orden que
las quitaba para después de reparar las que estaban mal poder deshacer el mismo
camino para montarlo exactamente igual que se lo encontró pero con la
diferencia de estar ya arreglado.
Todo iba a la perfección, las piezas
rotas fueron reparadas o sustituidas, el montaje era lento y minucioso, como
era normal en todo lo que hacía Simone a la hora de trabajar. Una pieza, otra,
un muelle, un perno, un remache, las varillas… todo iba encajando
perfectamente. Ya solo faltaba ponerle la tela impermeable, esa que estaba muy
sucia y Simone tuvo que lavar y lavar hasta dejarla como nueva. La tenía
tendida al sol, secándose al calor de sus rayos y con la cálida brisa que
ascendía desde el valle. Simone estaba impaciente por terminar la restauración,
esperando que la tela estuviese seca, no paraba de dar vueltas yendo y viniendo
de un sitio a otro, incluso incordiando a su tía con tantas idas y venidas. Así
estuvo casi una hora, hasta que pudo poner la tela en su lugar y…
Aquí viene lo curioso de esta
historia…
Algunos cuentan que fue porque Simone
iba un poco despistada, otros dicen que fue porque su tía Helga realmente era
un poco bruja y quiso gastarle una broma por incordiar con tanta impaciencia.
El caso es que cuando fue a recoger la tela el viento le hizo una jugarreta y
sopló fuerte, tanto que la tela se enredó en su cara, haciendo que Simone diese
algún que otro traspié; vamos, que en vez de esa muchacha alta y delgada, más
se parecía a un elefante en una cacharrería, tropezando con todo y tirando cada
cosa que se encontraba.
Bueno, al fin se recompuso y pudo
terminar de restaurar ese paraguas que tanto entretenimiento le regaló. Pero
cuando lo abrió para comprobar su funcionamiento nadie se podía esperar lo que
ocurrió: tal como lo puso en vertical sobre su cabeza empezó a llover.
Pensaréis que sería casualidad, que el día estaba encapotado y a punto de
llover. Nada más lejos de la realidad, y no porque fuese un día soleado y con
el cielo totalmente azul y sin una nube, es que la lluvia salía de dentro del
paraguas, y no solo cuatro gotas chispeando, que menuda tormenta empapó a la
ilusionada, y más aún sorprendida, Simone. Rápidamente apartó el paraguas que,
al perder su verticalidad, cesó de llover desde su interior. Nuestra amiga no
salía de su asombro mientras se quitaba el agua del rostro. Se acercó al
paraguas con cautela, lo cogió indecisa y, lentamente, empezó a levantarlo
hasta colocarlo por encima de su cabeza, poco más de un segundo, casi dos si
cabe, lo justo para ver que el agua volvía a salir del interior mojándola de
nuevo.
Simone no salía de su asombro, incluso
le hacía gracia, provocándole una risa nerviosa. Cerró el paraguas rápidamente
y se puso a mirarlo detenidamente, hasta miró por dentro sin desplegarlo, por
no querer mojarse otra vez. No encontró nada extraño, para ella que todas las
partes estaban correctamente instaladas. ¿Qué podría ser?
Después de darle vueltas y más
vueltas, Simone decidió ir a consultarle a su tía Helga y, ya de paso, podría gastarle
una pequeña broma. Entró en la casa llamando a su tía y le pidió que comprobase
si el paraguas funcionaba bien. Helga abrió el paraguas lo miró, lo volvió a
cerrar y a abrir comprobando que se hacía sin dificultad y, cuando lo alzó
sobre su cabeza, empezó a llover sobre la mujer, dejándola empapada y con cara
de asombro ante las risas de su sobrina.
Al principio pensó que era una broma
de mal gusto que Simone le había gastado y se enfadó, aunque prontamente se
calmó cuando su sobrina le explicó que no se estaba burlando de ella, sino que
no sabía qué había pasado y que no entendía por qué llovía desde dentro del
paraguas.
Tía
Helga cerró el paraguas y empezó a revisarlo con suma atención, tal como hizo
Simone con anterioridad. Ninguna de las dos dejó de mirarlo y remirarlo durante
horas. Cada vez que lo abrían llovía, y cerrado paraba sin dejar ni un rastro
de agua. Incluso lo dejaron abierto en el jardín para ver si en algún momento
paraba; pero nada de nada.
Al
caer la noche lo cerraron, se fueron a cenar y a la cama, a ver si al día
siguiente lo observaban con una nueva mirada más descansada.
Por la mañana Simone y Helga se
despertaron a la hora de costumbre, bastante temprano, con el sol tocando los
picos más altos, justo cuando los primeros rayos acarician los tejados de las
casas del pueblo. Y, como de costumbre, se asearon y fueron a desayunar, aunque
esta vez el desayuno no discurrió como de costumbre. Ninguna de las dos le
quitaban ojo al paraguas, el cual estaba apoyado junto la puerta de la casa,
como si fuese otro paraguas más, pero que, en realidad, no tenía nada de
normal.
Casi terminando de desayunar, ambas,
se levantaron de la mesa y cogieron el paraguas, dejando pendientes los últimos
sorbos de humeante café. Se dirigieron al jardín y lo abrieron. Al levantarlo,
llegando a estar arriba, volvió a llover desde dentro del paraguas, mas al
inclinarlo la lluvia cesó. Volvieron a mirarlo y a remirarlo, algo así como poco
más de dos horas; hasta que la tía Helga, casi sin darse cuenta se fijó que la
costura del paraguas estaba hacia fuera, pensando, a pesar de ser algo
ridículo, que esa era la única respuesta ante tal dilema.
No había otra explicación, no
consiguieron encontrar otra respuesta, ya que el resto del paraguas estaba
igual que los demás, pieza a pieza, no había otra respuesta para dicha rareza;
será que Simone tuvo un despiste al volver a montarlo o que algo la distrajo de
su trabajo en esa mente de ingeniera.
Lo cierto es que Simone a veces tenía
esos olvidos y aunque sus inventos estaban bien construidos, todos hacían cosas
raras. Una vez restauró una centralita de teléfonos y accidentalmente mezcló
los esquemas con los de un reloj. Desde entonces, al descolgar el teléfono para
llamar, antes de sonar el tono de llamada te decía la hora que era. Y así otros
cacharros, la tetera que hacía gofres, la tostadora-cafetera o el
microondas-televisor entre los muchos desastres que salieron por los despistes
de su cabeza.
Al menos el paraguas tuvo su utilidad,
y era muy curioso verlas, se ponían un chubasquero amarillo, de esos de alta
mar, con su gorro del mismo color, para no mojarse mientras regaban el jardín y
las macetas, porque teniendo un paraguas de lluvia para qué usar una regadera o
una manguera.
Al principio nadie se fijó en lo que
hacían, después pensaron que eran rarezas de unas extranjeras; es más, cuando
en el pueblo descubrimos el paraguas de lluvia, algunos pensaron que era cosa
de brujas, por la casa donde vivían o simplemente lo eran ellas. Realmente nos
importó poca cosa, más que nada porque eran gente buena y, además, ya eran
parte del pueblo, y cada uno tenemos nuestras rarezas.
Pasaron los días, Simone y la tía
Helga continuaron con sus inventos, buscando cosas rotas para aprovecharlas o
arreglarlas a su manera, cuando un día se pararon ante el antiguo matadero,
bueno, exactamente por la parte trasera, donde los antiguos almacenes sin uso
con un sistema de refrigeración roto que convertía todo aquello en una gran
nevera. Simone se acercó para verlo y, al acercarse, tuvo una gran idea. ¿Y si
arreglamos esta monstruosa máquina para que fabrique nieve y así los niños
podrán disfrutar de una navidad como las de Noruega?
La tía Helga le dijo que cómo podía
tener esas ocurrencias, que como se distraiga sin querer, más que nieve iban a
tener huracanes, granizos y todo tipo de tormentas. Y aun así, y tras las
explicaciones de Simone, la tía accedió siempre que ella la ayudase y la
supervisaba para que no se distrajera.
A la mañana siguiente se pusieron
manos a la obra, con muchas clases de herramientas, esquemas, planos y muchas y
muchas piezas. Hay que ver las horas que le dedicaron día tras días, Simone
desmontando piezas, limpiándolas, revisándolas y arreglándolas, siempre
supervisada por la tía Helga. Hasta que, pasada dos semanas parecía que la máquina
estaba preparada para su cometido, fabricar nieve en las próximas vacaciones
navideñas.
Allí se presentaron el alcalde, los
concejales, el médico, el juez… todas las personalidades se situaron en primera
fila, junto a la tía Helga. Detrás se situó el resto del pueblo, abuelos,
padres, niños, la calle estaba repleta, todos expectantes, y algunos
desconfiando, para ver la máquina de nieve, el último invento de la chica
extranjera.
Simone se acercó al interruptor,
nerviosa, un poco insegura, pero aun así iba contenta. Encendió la máquina y el
motor empezó con un zumbido, seguido de un ronroneo, parecía que todo iba bien,
era más como un animal que poco a poco se despierta. Pasado unos minutos de
calentamiento parecía que la máquina ya estaba dispuesta, esperando que girasen
el selector para elegir la cantidad de nieve a fabricar y así lo hizo Simone,
ante toda la vecindad atenta.
Lo primero que se oyó fue un sonido
unísono de sorpresa, ya que una luz del techo salió, una luz muy intensa, la
cual el pueblo envolvió a la vez que empezó a nevar sobre nuestras cabezas
mientras los niños pedían más y más empezando a jugar con la nieve haciendo
bolas para comenzar una divertida guerra.
La más sorprendida era Simone, ya que
no era así como ella quiso plasmar su idea. Entonces la tía Helga se le acercó,
le tomó de la mano y con un gesto le dijo que la siguiera al interior de la
máquina para contarle un secreto a la ingeniera. Allí en un rincón entre todos
los engranajes se encontraba la bola de nieve que ella agitaba para bromear con
los niños de la aldea. Esa era la razón de esa manera de nevar, que no fue por
un error de Simone, sino un truquito de la tía Helga, que al parecer hay algo
de brujas en ellas.
Pero eso es otra historia que tampoco
importa, porque aquí tenemos un paragua de lluvia, muchos inventos raros y,
cuando queremos vivimos en un pueblo dentro de una bola de nieve, con solo
darle al interruptor del último invento de nuestras vecinas extranjeras.
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